jueves, 18 de septiembre de 2014

¡AJUA!

Por Mimo Infernal

¡Ah, la Independencia!... Una de esas pocas noches en las que el mexicano realmente se puede sentir mexicano. Una noche en la que no hay distinción entre los chilangos y los norteños, entre los costeños o los sureños: Todos somos mexicanos y podemos celebrar la independencia de nuestra patria, que hace más de 200 años, se separó de la intervención española... Independientes mis huevos.

Como es tradición, el Grito de Independencia -instaurado a inicio del siglo XX como fecha patria por el mejor presidente de México, Porfirio Díaz- se dio en la plancha del Zócalo en el Distrito Federal a las 11:00 PM del lunes 15 de Septiembre. La participación de miles de espectadores frente al Palacio Nacional, es lo que hace a esta fecha lo que es, además de las celebraciones similares que se dan a lo largo y ancho del país.

Desde horas antes de que Peña pegara el grito, miles de acarreados llevados por fuerzas de seguridad Federales desde distintas partes del Estado de México y del Estado de Morelos, arribaron a la plancha del Zócalo Capitalino en vehículos de transporte público.

Con mantas, abanderaban el lugar donde venían y con gran orgullo mostraban ser acarreados, diciendo sin temor el partido para el que militaban. Desde la mañana del 15, cercos de seguridad cerrados con barreras metálicas y cientos de granaderos tomaron las calles del Centro Histórico de D.F., pereparando todo para la celebración.

Mientras los asistentes que verían el espectáculo desde abajo, los invitados que estarían presentes junto con la familia presidencial, arribaban en comboys de lujosos automóviles. A pesar de traer chofer, los invitados dejaban sus automóviles con el servicio de valet parking para entrar al Palacio Nacional.

La fiesta nacional se convertiría rápidamente en una mezcla de las tres clases sociales del país: Los clasemedieros que asistieron para celebrar honestamente la fiesta -sin contar los que se quedaron sin entrar y no pudieron llegar hasta después del grito- , los acarreados de clase baja quienes, por el bajísimo precio de portar playeras del PRI y gritar el nombre de su queridísimo presidente, disfrutaron de Tlacoyos y del espectaculo de Belinda, Joan Sebastian y de la banda Limón. Mientras tanto, los de la clase alta, distinguidos miembros de los tres poderes de la Federación, disfrutaban de manjares como camarones en salsa de tamarindo mientras observaban el evento en los balcones especiales que se tenían preparados para ellos.

La transmisión del evento, sin embargo, fue una cosa muy distinta a toda la algarabía que se estaba suscitando en el centro de la Ciudad de México: Las cámaras abiertas del evento, que hacían llegar lo que sucedía a millones de hogares en la República -con su muy necesario toque de censura y cambios de toma-, mostrando la felicidad que se vivía frente al Palacio Nacional.

Los gritos de “Peña! Peña! Peña! Se escuchaban casi sobre puestos en la transmisión, haciendo un poco más realistas las imágenes del grupo gigantesco de personas que estaban aplastándose frente a la vaya metálica que bordeaba el Palacio. Sin embargo, desde las entrañas de la multitud, esto fue lo que se vivió


Como vemos, el Grito de Idependencia, es ya no más que una mera formalidad, una celebración que nos une como mexicanos, sí, pero nos fractura en las ya bien marcadas clases sociales. La celebración de más de 200 años, no tiene ningún significado. Somos dependientes de las multinacionales, inversionistas no mexicanos y de la moneda de nuestro vecino del norte, que no nos deja bostezar sin pedir permiso.


La reflexión de esta vivencia del 15-16 de Septiembre, es independiente. ¿Vale la pena seguir alimentando a un gobierno con manjares ejemplares en un banquete especial para políticos? ¿O detener nuestra ignorancia y buscar lo que verdaderamente necesitamos? ¡AJUA!

Información: Revista Proceso

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